Hace un tiempo, me tocó vivir una experiencia completamente difícil en una empresa.  

Svet se ha caracterizado por hacer crecer empresas y emprendedores, es por ello que siempre nos contratan para hacer diferentes relevamientos de empresas, ya sea de productos como de servicios. En particular, voy a arrancar con una empresa de servicios, que quería trabajar la posibilidad de desarrollar su modelo de franquicias. La empresa estaba pasando por un momento bastante magro y según su propietario era producto a la zafralidad propia del negocio. Cuando nos reunimos, luego de subir varias escaleras e ir sorteando diferentes puertas llegamos a la oficina del dueño de la compañía. Muy cómodamente sentado, arriba de toda la organización, con aire acondicionado, muy agradable pero un tanto tenso el ambiente. Lo notamos nervioso, salía y entraba, se disculpaba que estaba con algo urgente, iba y venía, y en un momento dejó la puerta abierta y se dirigió hacia un mostrador en el medio piso anterior. Nosotros podíamos llegar a ver una parte pequeña de la escena, enfurecido, le habló de muy mala manera a la recepcionista, inclusive con gritos y bastante enojado por lo que parecía un problema grave. 

Quien conoce Svet, sabe que tenemos una oficina “open space” es decir no hay despachos para nadie, nos reímos entre todos y nadie se cree más que nadie; pero por encima de todo eso, estamos confiados de que todos somos eslabones importantes de una cadena que funciona en un ambiente laboral excelente y los logros son parte de un todo. Volviendo a la empresa, era un contraste muy fuerte el que estaba viviendo. 

En un momento, luego de que se descargó, el dueño de la compañía volvió y sin mediar palabras, nos invitó a ver su empresa, yo en particular soy de los que cree que hay veces que los empresarios buscan mostrar su orgullo de crecimiento, ya sea edilicio, de maquinaria o de alguna mega idea para algo que están por incursionar solamente para demostrar el tamaño de su ego. Por el contrario, cada paso que íbamos recorriendo parecía que nos estaba mostrando un grupo de personas desconformes, desanimadas, con el ceño fruncido y cada vez que entrabamos a una sección, las personas saludaban muy atentamente, escépticas por el trabajo que pudiéramos realizar o el clásico “ahora con qué se vendrán”. 

Luego de un tiempo, abrochamos el acuerdo para hacer un relevamiento primario y veíamos que la baja de las ventas no era solamente algo zafral sino que según la proyección daba una caída muy marcada por algo endógeno ya que el entorno del mercado era de mucho crecimiento. Ahí comenzamos  a tener discrepancias con el dueño por la diferencia en nuestros puntos de vista, que luego se fueron profundizando aceleradamente.  

Al estar más frecuentemente en la empresa veíamos que los gritos y hablar mal eran moneda corriente y que las personas sufrían no solo un deterioro sino también un cansancio sostenido que no daba ganas de seguir trabajando. Toda la empresa sabía que las deudas lo perseguían, que la rotación del personal era altísima, la cantidad de personas certificadas por enfermedad o stress iban en aumento y las personas a la primera oportunidad, cambiaban de trabajo, inclusive si el sueldo era menor. 

Nosotros terminamos nuestro trabajo, la verdad que el recuerdo que tengo es que nos fuimos cansados, las mochilas pesaban el doble al salir de ese lugar, inclusive como el relevamiento no dio lo que él pretendía, también nos habló mal. Hoy, años después, la empresa sigue abierta, obviamente no queda nadie de aquella época y la plantilla está en casi al 10% de lo que nosotros relevábamos. 

Hace unos días en otro lugar, con otra marca, en otro espacio, pude presenciar como un encargado de local gastronómico le hablaba mal a una chica que atendiendo al público se equivocó en el pedido a entregar y como la empresa le iba a recriminar a él, él se estaba “desquitando” con la muchacha. 

En mi caso personal me reflotó aquel síntoma tóxico que sentía cuando entraba a la empresa que comenté del principio y quiero compartirle primero que me he dado cuenta de que cuando una persona habla mal, insulta, grita, es porque tiene una historia atrás que lo perturba. No se ve lo que no se conoce, entonces si no conoce la amabilidad, nunca la va a poder ver.  

Lo segundo es que una persona si está pasando mal con alguna situación exógena, lo más probable que lo traslade a su vida cotidiana, entonces ese todo, está haciendo una especie de catarsis a la hora de decir o expresarse. 

Hace un tiempo leí un cuento que lo transmito aquí 

“Había una vez un niño que tenía muy mal genio. Todos los días se peleaba con los compañeros de colegio, con sus padres, con su hermano… un día, su padre decidió hacerle un regalo. El niño, al ver el paquete, lo desenvolvió con gran curiosidad y quedó sorprendido al ver lo que contenía en su interior: una caja de clavos. 

Al ver la cara de asombro del niño, el padre le pidió: “cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien y discutas, clava un clavo en la puerta de tu habitación”. 

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la puerta. Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia, pues le era más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta. Finalmente llegó el día en que el niño no perdió los estribos y no tuvo que clavar más clavos. 

El padre orgulloso, le entregó al niño otro regalo. En esta ocasión, el paquete contenía unas tenazas. Ante el asombro del niño, el padre le sugirió que por cada día que pudiera controlar su genio, sacase un clavo de la puerta. 

Los días transcurrieron y al cabo de un tiempo el niño logró quitar todos los clavos de la puerta. Conmovido por ello, el padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con suma tranquilidad le dijo: ‘Has hecho bien, pero mira los hoyos… la puerta nunca volverá a ser la misma. Cuando dices cosas con rabia, las palabras dejan una cicatriz igual que ésta’” 

Creo en el poder de las personas, en el poder de las palabras, en el poder del lenguaje no verbal, en lo que atraemos y que esa atracción puede teñir una organización, el poder de un equipo, puede hacer cosas increíbles, creo fehacientemente que cuando se conforma un equipo fuerte y sólido donde nadie rema más que nadie, las cosas funcionan diferentes, cuando se piensa en modo positivo, se genera lo que comúnmente se llama profecía autocumplida y eso genera cosas excelentes. 

El verano pasado leí el libro “El monje que vendió su Ferrari” (Robin Sharma) y el mayor potencial que me dejó fue que la calidad de vida está determinada por la forma de los pensamientos y dominar tu mente significa ver los reveses como oportunidades. Al imaginar tus sueños, le das a tu mente el poder de cultivarlo y hacerlo realidad. El libro hace una analogía entre tu mente y un jardín. Qué le pondrías a ese jardín (mente), creo que todo el mundo buscaría las flores, los colores, la belleza y nadie quisiera llenarlo de basura, de desperdicios, de cosas peligrosas, nadie quisiera quemar cada tanto  ese lugar para espantar las ratas de ese jardín. 

En las empresas, debemos trabajar para que no haya más agujeros o marcas en las puertas, y como corolario de la cabeza, en la cúpula estratégica, cuestionemos cómo es el jardín de esa organización, cultivemos un buen ambiente laboral, sembremos palabras cálidas para cosechar amabilidad y en la próxima “primavera” veamos si nuestro jardín está cómo queremos tenerlo.